
La narrativa climática actual está volcada a discursos capitalistas y antroponcentristas que siguen reforzando a un sistema basado en el crecimiento económico, en el extractivismo y en las energías fósiles. Una narrativa que sigue beneficiando a las cien empresas que emiten el 71% de las emisiones GEI a nivel global (CDP, 2017) y pondera en un mismo nivel de responsabilidad a las acciones individuales. Una narrativa que se percibe lejana y ajena a los efectos climáticos que ya prevalecen en las comunidades.
El lenguaje también ha fallado. La urgencia por actuar ha desplazado a conceptos como calentamiento global y cambio climático para enmarcar a la crisis de la modernidad: la crisis climática. Las soluciones para hacer frente a la crisis climática siguen sin atender la raíz del problema ni tomar en cuenta a las voces de la resistencia que se encuentran luchando por el territorio ante proyectos petroleros, carboníferos, agroindustriales, y un largo etcétera.
Comunicar la crisis se vuelve entonces una herramienta necesaria para visibilizar un modelo insostenible que afecta a quienes menos se identifican ni se benefician de él. Comunicar con una narrativa de justicia climática se vuelve imperante para potenciar las luchas de las colectividades, movimientos medioambientales, comunidades indígenas, campesinas y activistas. Comunicar la crisis para llamar a la acción y reflejar las inacciones de nuestros gobiernos. Comunicar la crisis para imaginar que un cambio desde las bases es posible.